"Un científico estaba trabajando en la solución de un
complejo problema matemático, cuando su hijo pequeño entró en su despacho.
- Papá, yo quiero ser un gran científico como tú. Déjame que
te ayude en lo que estás haciendo.
Aquel hombre, que no quería perder su concentración, buscó
algo con lo que entretenerle. Miró a su alrededor y se fijó en una revista de
geografía que estaba junto a su mesa. La revista estaba abierta por una página
que mostraba un gran dibujo del globo terrestre. Aquel científico, cogió la
revista, arrancó aquella página y rompió la imagen de la tierra en varios
pedazos.
- Hijo mío, los científicos como yo tenemos que resolver
enigmas que son muy parecidos a puzzles como este. Nosotros vamos buscando con
paciencia que las distintas piezas de lo que conocemos encajen. Cuando todas
las piezas han encajado, entonces y sólo entonces, resolvemos el enigma. Toma
las piezas y un poco de cinta adhesiva, siéntate en la alfombra y une las
piezas de este puzzle como si de un gran enigma se tratara.
El niño escuchó fascinado la explicación de su padre, sin
saber que la verdadera intención de este, era tenerle lo suficientemente
atareado como para que pudiera dejarle trabajar en paz. Aquel científico estaba
convencido de que aquella tarea entretendría a su hijo hasta la hora de cenar.
Para su sorpresa, a los quince minutos el niño se acercó a la
mesa del padre y puso sobre ella con una expresión de enorme orgullo, todas las
piezas del puzzle perfectamente unidas.
Aquel hombre se quedó perplejo ante la velocidad con la que
un niño tan pequeño había vuelto a recomponer aquella imagen del mundo.
- Hijo mío, ¿cómo es posible que hayas sido capaz de juntar
tantas piezas en tan poco tiempo?
El pequeño le contestó con la naturalidad propia de un niño.
- Papi, cuando me diste esto, no sabía cómo poder unir las
piezas, porque no sabía en qué fijarme para hacerlo. De repente vi que detrás
de uno de los trozos que me diste había una mano y en otro un pie. Me di cuenta
de que detrás del mundo roto había también un hombre roto. Como yo si sé cómo
es un hombre que no está roto, le di la vuelta a todas las piezas y empecé a
juntar las piezas del hombre para que volviera a estar entero. Por eso, al
arreglar al hombre, también arreglé el mundo".
La sabiduría de los niños se basa principalmente en su inocencia, en su falta de juicio hacia todo y hacia todos, en dejarse llevar por lo que sienten, en ver donde de mayores no vemos,..., y si un día hemos sido así, quizás es el momento de pedirle a ese niño que habita en nuestro interior, que nos ayude a descubrirnos, que nos ayude a ver donde no estamos viendo, y así quizás empecemos un bonito reencuentro con nosotros mismos.
Encuentra al niño que hay en ti y pídele que te ayude a conectar contigo.